(Nº8) Apuntes sobre los disturbios de octubre en Cataluña

Este artículo pertenece a una publicación llamada “500” que habla sobre los acontecimientos ocurridos en Cataluña a raíz de la sentencia del “Procés”. Narra cómo fueron los días de una de las semanas con más disturbios, manifestaciones y enfrentamientos de, por lo menos, los últimos años en Cataluña. Para descargar la publicación completa: https://contramadriz.espivblogs.net/files/2019/12/cinquecento.pdf

¿Qué ha pasado?

Desde el 14 de octubre de 2019 y hasta el 19 de octubre, con algunos otros repuntes esporádicos días después (27 de octubre, etc.), ha habido algo de jaleillo en toda Catalunya y los mossos d’esquadra lo han calificado como el mayor altercado al que han tenido que enfrentarse en toda su historia (y eso que se fundaron en 1721) y de una magnitud tal, que no se conocía desde por lo menos los años setenta.

Lo que ha ocurrido en Catalunya, y en especial en Barcelona, ha sido básicamente una revuelta anti-estatal y anti-policial contra el estado español y sobre todo contra los aspectos más opresivos y represivos de éste, y una revuelta anti-policial, en el sentido de que es contra quien más se ha focalizado este descontento al ser la policía (mossos y nacional) los guardaespaldas de los gobernantes. Pero lo sucedido, al mismo tiempo, tampoco ha sido tan simple como eso. Bajo el hastío del autoritarismo, la represión (un aspecto inherente a toda autoridad) ha sido el detonante de la situación, llevando a su clímax un conflicto que viene de largo. No se puede, no obstante, explicar todo en términos exclusivamente de “estado español reprime las libertades del pueblo catalán” porque hay muchas más cosas en ciernes. Mucha gente era independentista y el factor clave que desata toda la revuelta es la sentencia a los presos y presas del proceso, pero mucha otra gente no lo era y salía a la calle para ser escuchada o para que no se pisotearan sus derechos o porque consideraban esa situación intolerable.

Hablamos de unos sentimientos culturales y nacionales (al margen de que estos sean una soberana chorrada o no) de una parte importante de la población que se vieron pisoteados tras la revocación del prometido (por el gobierno) estatut de autonomía en 2010 por el tribunal constitucional, episodio estatutario que siguió coleando en 2012, y luego con la ilegalización y represión del referéndum del 1-0 de 2017; hablamos de un aumento de la represión con el endurecimiento del código penal en 2011 y 2015 (en este último caso de las llamadas leyes mordaza), hablamos de un aumento de la precariedad y la miseria con los recortes presupuestarios en materia de las llamadas políticas sociales de 2011 y 2012 (hechas por la generalista y luego aumentadas por el gobierno central) y de ahí en adelante; hablamos de un aumento de la penuria cotidiana con las últimas reformas laborales, como mínimo desde el 2010 en adelante (sin olvidar las de 2002, 1995, 1992, 1988, 1985, 1982,…); hablamos del autoritarismo endémico, en especial hacia los/as jóvenes, de una sociedad en la que desde el presidente hasta tu padre, pasando por la médico, el policía, la juez, el jefe, la profesora, el revisor,… hacen recaer sobre cualquiera (en particular si es joven, si es de clase baja, en muchos casos si es mujer, la mayoría de las veces si es de fuera, etc.) el peso de la norma. Todos estos factores, se conjugan para que muchísima gente esté harta (harta de corrupción, de penurias, de arrogancia, de impuestos, en definitiva, de humillaciones) y parte de esa gente salga a quemar cosas y a enfrentarse con los sicarios de cualquier sociedad: la policía. Ese hartazgo lo produce todo un sistema y se ha manifestado de forma violenta, pero, en el fondo con una cierta perspectiva democrática.

El 14 de octubre de 2019 sale la “sentencia del proceso” con penas de cárcel elevadas (de 9 a 13 años) para los/as políticos/as presos/as. El “Tsunami Democrátic” hace un llamamiento a bloquear el aeropuerto que es respondido por los Mossos y la Policía Nacional. Hubo andanadas de hostias en el aeropuerto y ahí se vio bien clara la diferencia entre la policía del estado fascista español y la de la democrática república catalana: una usa pelotas de goma, la otras balas de foam. Ante tal episodio represivo, el 15 de octubre la protesta se traslada a la delegación del gobierno (y en las otras capitales catalanas a las subdelegaciones), en esos momentos la protesta pacífica se les va de las manos al reformismo independentista, democrático y pro-sistema (Ómnium cultural, ANC, Tsunami Democrátic, partidos políticos) y los mossos restauran el orden a balazo (de caucho). Si el día anterior la protesta fue pacífica pero disruptiva y eso fue respondido con violencia policial, a la que muchos manifestantes resistieron y respondieron legítimamente, este día, todo empezó de manera cívica, pero acabó con barricadas ardiendo y enfrentamientos con nuestros oftalmólogos favoritos: la policía. Una minoría muy mayoritaria de encapuchados/as desbordó el civismo y el “seny de la gent de pau” para decir que están ya hasta los cojones/ovarios.

El 16 de octubre la protesta se traslada a la Conselleria de Interior, convocada por los CDR. Esto fue el primer gesto masivo de que la historia no era independentismo oficialista versus estado español, porque esto suponía pasarse por el forro las directrices de la Generalitat y de sus entidades afines, y porque en los CDR no solo hay independentistas. Aquí se notó aún más que en días anteriores que en la protesta estaban muy presentes individuos que no eran indexes, ni siquiera estaban politizados, pero estaban hartos de injusticias. Quizás identificaran la solución con la totalmente difusa, no concretada (ideo-lógicamente hablando) e idealizada república catalana, como si la asociasen a la libertad o a la mejora de las condiciones de vida.

El 17 de octubre continúan los cortes de vías de comunicación, que habían empezado el 14 y se producen las marchas por la libertad, que confluyen en Barcelona el día 18. El centro vuelve a ser el escenario de enfrentamientos y sigue notándose la presencia de jóvenes que, independentistas o no, protestan y generan caos por algo más que el independentismo o que una sentencia.

El 18 de octubre es el día fuerte de la semana grande de Barcelona. Se desborda todo, todo es un gran picosito y se desata el hartazgo en el mayor disturbio ocurrido en la ciudad desde la II República (guerra civil a parte, claro). Aquí ya se va al traste la estrategia demócrata del independentismo oficialista, porque ésta no incluye ni la violencia ni la ruptura de la paz social, sino solo una moderada desobediencia civil e institucional. Al fin y al cabo, todo se reduce a eso, movilizar a la masa y usarla como peones de ajedrez para ganar una partida en la que quizás, ni siquiera sea la independencia lo que está en juego. Ahora los malos son los antisistema (anarquistas e independentistas radicales) y los manifestantes pacíficos son buenos porque son cívicos, aunque, estén equivocados según el gobierno y los medios españoles. Este día nos demostró que el imbécil de Albert Rivera tenía razón, no fue una huelga general (el seguimiento fue del 50%, algo bastante flojito para una huelga) sino un “sabotaje general”.

Esa violencia “antisistema” tan perseguida a través de la ley antiterrorista por todos los estados, es lo que desestabiliza y molesta a una autoridad, autonómica o central, que no quiere que nada se le escape de las manos, continuó el sábado 19 de octubre, si bien más reducida, y tras una semana de calma (que no de ausencia de protestas) volvió a repuntar en otros momentos posteriores, como el 27 de octubre.

Pero esta misma violencia subversiva no ha dejado de tener cierto aire demócrata porque al haber sido esencialmente anti-policial no se han atacado, al menos sistemáticamente, símbolos del capitalismo como bancos, inmobiliarias, sedes de partí-dos y sindicatos, periodistas, etc., como sí ha ocurrido en otras ocasiones similares.

¿Por qué ha pasado?

Desde el referéndum ilegalizado del 1-O por la independencia de Catalunya, su repercusión mediática y la consiguiente represión por parte del gobierno central, ha ido creciendo la sensación de malestar e indignación por parte de grandes sectores de la población de Catalunya. Este descontento, como ya hemos apuntado, es una mezcla de distintos aspectos que nos perturban día a día, como la desigualdad social, situación laboral, económica, etc.

En 2007 (un año después se empezaría a notar en Europa) tuvo lugar una “crisis” económica de la que gran parte de la población nunca ha llegado realmente a salir. Casi diez años de crisis, si sumamos la caída económica y sus repercusiones, empobrecieron a miles de familias. Catalunya fue uno de los lugares donde más se notaron los efectos puesto que la clase política, para salvaguardar sus privilegios y los de sus amigos/as los/as patrones, redujeron enormemente las ayudas sociales y la financiación de lo que se denomina estado de bienestar. Ahora, hay toda una generación de jóvenes que se criaron entre la precariedad, muchos de los cuales han vivido en la esquizofrenia de ser clase media y no poder llegar para mantener un status (carrera universitaria, ropa, imagen, vivienda o segunda vivienda, coche, electrodomésticos, tecnologías, etc.). Inmersos y perfectamente incluidos en un mundo que les decía que podían ser lo que quisieran y unas cuentas domésticas que les obligaban a aceptar cualquier trabajo de mierda, la clase media se depauperaba y mientras tanto, los pobres, los eternamente jodidos, seguían luchando por llegar a fin de mes (ahora con más competencia que nunca en un mercado laboral mucho más cruel y pequeño) sufriendo la dura realidad de que para el sistema no eran más que un cero a la izquierda y jamás llegarían a nada dentro de él, salvo algunas honrosas excepciones. Delincuencia y marginalidad era lo que esperaba a este otro sector juvenil. A los mayores no les iba mucho mejor.

Por otro lado, esa supuesta crisis (los pobres siempre estamos en crisis y los más ricos siempre ganan cada vez más) hizo que aumentara la protesta social, lo que sirvió a los gobernantes para justificar la represión y aprobar leyes más duras.

Qué poco recuerdan ahora los desmemoriados que varios de los encarcelados y exiliados por el procés son los mismos que aplicaron el garrote y los recortes presupuestarios, desinflando el supuesto estado de bienestar. Qué poco recuerdan que los mismos partidos que gobiernan Catalunya hoy son los que más palos daban entonces a la gente (el infame conseller de interior Felip Puig y su famoso “iremos hasta donde nos permita la legalidad y un paso más” para combatir la protesta social iniciada al calor del aumento de la precarización de la vida auspiciada por su amo Artur Mas, el mismo que eligió a Puigdemont presionado por los socialdemócratas disfrazados de radicales de la CUP).

En 2010 el Tribunal Constitucional anuló ese estatut, “España una y no cincuenta y una” debieron pensar los patrióticos jueces y sumados a otros factores geoestratégicos, hizo que toda una serie de tensiones políticas, sociales y culturales que se vienen arrastrando, hayan desembocado en un espasmo violento de rabia contenida contra todo y contra todos, que ha tenido su eclosión con el referéndum famoso y sus ochocientos heridos a manos de los psicópatas uniformados de siempre que, esta vez, vinieron voluntarios desde todos los rincones de España para poner en su sitio a esos díscolos “catalufos separatistas”.

Por otro lado, también se une el desprecio de la casposa y tardo-franquista clase política española a ciertos valores democráticos. Todo esto, sumergido en un marco en el que la mala gestión del gobierno de España, más el bombardeo mediático ha ido fomentando o incrementando no sólo el heterogéneo movimiento independentista, sino todo el descontento citado anteriormente.

Gracias a esta oposición estratégicamente desastrosa (o quizás no, quién sabe) se genera la eterna dinámica basada en el maniqueísmo (dos bandos enfrentados, en el que o estás conmigo o contra mí), son interesantes para el poder para controlar a sus súbditos y aplacar otras tensiones, o reconducirlas hacia lugares menos dañinos. Tener a la población dividida en bandos y más si estos bandos no tienen el foco en los asuntos más vitales o más peligrosos para el statu quo, siempre viene bien al poder.

Inmersos en esta espiral de descontentos varios, vemos que detrás de la idea de independencia de Catalunya, se puede observar la concepción de ésta como una salida, como una ilusión, una alternativa a las situaciones de desigualdad social y sometimiento en las que vivimos. Pensar que la creación de un nuevo Estado (y más aún, uno sin definir ni concretar como es la República catalana va a acabar con la desigualdad, es completamente ingenuo además de irreal; seguirás levantándote para ir a trabajar cada mañana, pagando facturas, viviendo para servir y consumir, dejándote la vida para pagar un techo a los propietarios de la vivienda, enfermando por el aire, la comida y los deshechos de la industria.

¿Y ahora qué?

En cuanto a la violencia acontecida estos días, es curiosa la vara de medir del sistema, según la cual, si tú respondes con violencia, eres reducido a un terrorista, y, sin embargo, se obvia la violencia a la que estamos sometidos día a día, porque estar sometido, controlado, vigilado, agobiado y estresado e incluso manipulado es violencia. Y la violencia estructural no es solo cosa de dictaduras, como en China/Hong Kong o en Siria, sino también de las democracias, como en España o Chile y en todos los regímenes, sus opositores, si emplean la violencia y la subversión, son calificados de terroristas. Y a la violencia estructural no se la responde poniendo la otra mejilla, porque si te dan una bofetada y pones la otra mejilla, te darán otra bofetada. La cuestión ya no es apoyar o desear un estado catalán o un estado español, una pseudodemocracia representativa chistera o una democracia real catalana, la cuestión es tomar conciencia que cualquier estado reprime por igual sea dictatorial o democrático, capitalista o socialista, liberal o comunista, fascista o jacobino, monárquico o republicano… Porque, aunque una minoría o mayoría sea reprimida porque pida otra cosa, aunque se enfrente a algo establecido, no tiene por qué ser lo justo o ir en contra del sistema.

Ahora más que nunca no podemos correr el riesgo de que ensalcen los valores democráticos de tolerancia y civismo, de ley de mayorías en los que bajo su prisma hay “manifestantes buenos y manifestantes malos”, que, si te sales del redil y decides responder en vez de poner la otra mejilla, eres un terrorista. Violencia también es el Sistema, pero de eso nadie quiere hablar.

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