Con el engañoso nombre de “economía colaborativa” se está promoviendo aún más la precarización del trabajo bajo un modelo que, junto con el obligado uso de la tecnología, nos lleva de cabeza a una situación de aún más explotación para los trabajadores.
En qué consiste la uberización del trabajo
El surgimiento de empresas como Uber, Glovo, Deliveroo y Just Eat, entre otras, implica un cambio de relación laboral: son contratos mercantiles y civiles que otorgan un marco legal mucho más amplio a la hora de seguir las normas del trabajo. Esto permite a las empresas lavarse las manos ante cualquier situación que le ocurra al trabajador en el desempeño de sus funciones pero que, sin embargo, está desempeñando un trabajo para dicha empresa. Esto se disfraza de “flexibilidad” pero en la práctica es evasión de responsabilidades. Lo que hace que esto sea posible es que la empresa no contrata al trabajador, sino que éste se da de alta como autónomo y trabaja según las peticiones y necesidades de la empresa, siendo tratado como un “cliente” y asumiendo absolutamente todos los costes y responsabilidades.
Todo esto es posible debido al concepto de uberización que se ha extendido por muchos lugares en los últimos tiempos, porque de no ser así y de no haberse incorporado este sistema al mercado del trabajo, se trataría de un fraude de ley en toda regla. Es decir, no dar de alta a los trabajadores, hacerles asumir las pérdidas y costes, trabajar según demanda y no ofrecer ningún tipo de garantía.
De esta forma, somos un chollo del sistema: trabajadores que pagan su propia cotización, que no tienen vacaciones y de los que puedes prescindir según convenga.
En Zaragoza una inspección de trabajo obligó a la empresa Glovo a dar de alta a los trabajadores en la Seguridad Social tras haber llegado a la conclusión de que se trataba de “falsos autónomos”. La compañía no contenta con el resultado, decidió mandar un correo electrónico a sus trabajadores en el que facilitaban una plantilla de una carta para enviar a la Seguridad Social para renunciar al Régimen General. Por supuesto, si no se hacía lo que se indicaba en el email, ya se podían olvidar de volver a trabajar para Glovo.
Cómo funciona
Lo novedoso de esta forma de trabajo es cómo se desarrolla y bajo qué herramientas se desenvuelve: la tecnología como protagonista en un mundo que se mueve bajo las aplicaciones móviles (que ya controlan buena parte del mundo laboral), sumado al hecho de no reconocer por parte de la empresa ninguna relación laboral con el trabajador.
Las personas que se prestan a trabajar para estas empresas ceden sus datos y éstas los manejan desde la aplicación para que posteriormente puedan tirar de ellos cuando lo necesiten. Esto podría significar que las empresas en algún momento podrían verse sin personal que les cubrieran los pedidos o que no respondieran a sus peticiones por disponibilidad, ausencia de cobertura, problemas con los datos… Para ello, se cubren las espaldas y además con ello, añaden un factor negativo más hacia quienes trabajan para ellos: hay muchísimos repartidores para cubrir una proporción bastante más baja de demanda de trabajo.
La explotación de toda la vida adaptada a los nuevos tiempos
Muchos sectores en el ámbito de lo laboral se han visto invadidos por las nuevas tecnologías en forma de aplicaciones, los cuales sostienen la base de su existencia en apps móviles desde las cuales externalizan a sus empleados y establecen la demanda de trabajo que hay para ofrecer, como con los famosos minijobs.
El hecho de llamar a un trabajador de un día para otro, disponer o prescindir de gente para trabajar de inmediato, es algo común tanto con el concepto de uberización como con algo no tan nuevo como son las empresas de trabajo temporal (ETT´s) que ya hacían uso de este sistema mediante sus bolsas de trabajadores. Y no sólo las ETT´s hacen uso de este tipo de sistemas; los sectores más precarios y peor pagados y que, además, trabajan a temporadas o por acuerdos concretos, vienen ya sufriendo este tipo de situaciones desde hace tiempo (por ejemplo, el sector de los peones que montan escenarios, técnicos de sonido y luces en conciertos, personal de hostelería para bolos concretos o extras en restaurantes, temporeros, etc.).
Cuando el liberalismo se disfraza de progreso
Lo más sangrante es ver como se vende esto hacia afuera, anunciándose como si el trabajador tuviera numerosas ventajas, como si este fenómeno hubiera llegado a nuestras vidas para resolver el problema del trabajo, de los horarios, de la flexibilidad, de “ser dueño de tu tiempo”, de “trabajar cuando quieras y para quien quieras” o de poner como excusa la “conciliación en la vida familiar y personal”. Todos esos eslóganes son liberalismo maquillado de progreso y ventajas. Ventajas, sí, pero para las empresas que quedan exentas de responsabilidades. Y desventajas para quienes prestan sus servicios, para quienes se la juegan en la carretera, o para quienes tienen que trabajar para varias empresas de este tipo si quieren conseguir un sueldo medio asumible, teniendo que estar además pendiente de ello durante todo el día.
Se allanaba el camino a la uberización
Desde hace ya tiempo se ha podido comprobar como una cada vez mayor liberalización de la economía se iba adentrando en nuestras vidas. El trabajo, como principal motor de este proceso, ha sufrido cambios en los últimos años que han llevado a situaciones como la que estamos comentando, pero no sólo y no desde ahora.
La deslocalización de la producción, la subcontratación, las empresas de trabajo temporal, los minijobs, el teletrabajo, el trabajo a comisión o por objetivos, etc. ya nos daban unas pautas sobre lo que vendría en un futuro no tan lejano en cuanto al mundo de lo laboral se refería. Y es que, en el fondo de todo esto subyace una meticulosa teoría que ataca de lleno a quienes no tenemos más remedio que prostituirnos ante cualquier empresario para poder cubrir nuestras necesidades básicas. A parte de lo básico que resulta ahorrar cuantos más costes mejor y obtener cuanta más producción mejor para seguir enriqueciendo a unos pocos a costa de muchos, se trata de atomizar a los trabajadores, de dividirles, individualizarles y de romper lazos de solidaridad. El hecho de que en una misma empresa existan diversos contratos con distintas condiciones para personas que desempeñan el mismo papel, es ya algo normalizado que impide que ese grupo se una para luchar por un objetivo común, por poner un ejemplo.
El teletrabajo, para nada nuevo en todo esto, viene a suponer un aislamiento y ruptura con el resto de compañeros y con el escenario de trabajo. Si bien supone una comodidad añadida para la persona dado que no tiene que salir de casa, no tiene al jefe detrás todo el día y puede tomarse tantos cafés y pausas quiera, la realidad es que rompe la cotidianeidad en el lugar de trabajo, la puesta en común con los compañeros y la hipotética organización que pudiera surgir. Así mismo, el trabajo a comisión se instaura como forma de que los empresarios no pierdan dinero y que solo paguen si ganan y, además, se genera una brutal competencia entre los trabajadores para ver quien consigue más objetivos, creándose enemigos entre iguales.
El problema es el trabajo
Hoy en día nos encontramos con reivindicaciones encima de la mesa en torno a este tema, tales como el supuesto problema que implican los “falsos autónomos” para con el resto de trabajadores, como si el problema fuera ese. Como si el enemigo del trabajador fuera alguien que no paga los impuestos o que trabaja para una empresa y en realidad está dado de alta como autónomo. Como si nuestro problema fuera el formato en el cual estamos siendo explotados y no la explotación en sí misma, creando trabajadores que se ponen del lado de la ley para señalar con el dedo a quienes trabajan pero no cumplen los requisitos legales, esperando que eso fuera a solucionar en lo más mínimo nuestra situación. Y, sobre todo, trabajadores que se ponen del lado de la ley cuando ésta les beneficia a ellos mismos, pero, no se paran a pensar cuantísimo desfavorece a los demás o, peor aún, el momento en el que les desfavorecerá a ellos mismos.