De la mano de múltiples planes urbanísticos, el lobby del turismo se hace paso rápidamente en cada barrio y en cada rincón de todas las ciudades. Pocos son los espacios que este fenómeno tiene pendiente de conquistar, ya que, hasta los barrios más populares, humildes y con una población y arquitectura menos “atractivos” para el turismo, están siendo objetivos principales para este fin.
El fenómeno del turismo supone, innegablemente, uno de los motores económicos de cualquier país. Madrid, Barcelona y varias ciudades costeras, son las que más visitas tienen habiendo llegado a alcanzar en el año 2018 los 8,3 millones de turistas sólo en Madrid y los más 82 millones en toda España.
La trascendencia económica ha sido la razón principal, por la cual, se llegó a la aceptación de su contribución al desarrollo socio económico, el 12% del PIB del país o lo que es lo mismo, 23.000 millones de euros, con miras a ser superado en 7.000 millones más de cara al año 2020.
Con estos argumentos se nos presenta una posible solución a la subsistencia económica de cualquier país que se preste y que esté dispuesto a invertir cuantiosas cantidades de dinero previas para darse a conocer y promocionar cada uno de sus rincones. Además, todo esto, de la mano del más puro populismo y cinismo cuando se lanzan afirmaciones tales como que “el turismo está ayudando a salir de la crisis porque es generador de empleo”.
Pero, ¿Cuál es la otra cara que se oculta tras el turismo?
Masificación y expulsión: se aceleran los procesos de gentrificación
Lo cierto es que todo territorio, ya sea por su cercanía con zonas más céntricas o porque cada rincón, sea cual sea y añadiendo y modificando cuantos detalles sean necesarios para atraer a las masas de turistas, es potencialmente interesante para ser explotado por el negocio del turismo.
Estos planes urbanísticos, que se vienen preparando desde hace muchos años (como por ejemplo el plan que se inició en el año 2007 llamado Horizonte, plan a nivel estatal que finalizará en el año 2020 con sus metas o resultados planeados), contemplan la modificación parcial o total de los territorios en los que se pretende instaurar, afectando a aspectos como las leyes costeras, liberalización de ciertos negocios, aumento exacerbado de pisos turísticos de la mano de la empresa Airbnb, aumento de los alquileres e hipotecas en general (por considerarse zonas “revalorizadas”), aumento de las obras y reformas para la “mejora” de las infraestructuras públicas (con el consiguiente desembolso que ello supone), aumento de la presencia policial, del control social, instalación de cámaras de videovigilancia donde antes nunca habían existido, desplazamiento de personas a otras zonas por imposibilidad de mantener los nuevos estilos de vida impuestos, el dichoso plan de Madrid Central y una larga lista de consecuencias más. Todo ello, nos hace sacar muchos más puntos negativos a la economía del turismo que positivos. De hecho, los puntos positivos, de serlo, no benefician a la población de a pie, ósea a nosotros. Estos beneficios solo afectan a los gobiernos y a todas las empresas que se lucran a costa de todo esto. ¿Por qué defender entonces Madrid, o cualquier otra ciudad, como destino turístico?
La falsa defensa de la creación de empleo
Aumento de empleo, si, pero empleo que se destruye al terminar la temporada en un 97% de los casos, empleo precario, mal pagado y con peores sueldos que en el año 2010. Trabajos extremadamente flexibles (y no en el buen sentido de la palabra, si es que existe tal significado cuando viene asociado con el concepto “trabajo”), mayormente en hostelería (ya sabemos que, además, la hostelería es uno de los sectores más precarios que existen y con menos conquistas laborales obtenidas, a parte de la dureza que suponen los puestos de cocina, camarero, friegaplatos, etc.)
Tras la frase “el turismo es el motor de España”, se impide dejar ver a ojos de los demás (consumidores, especialmente), que los engranajes que hacen que ese motor funcione se mueven gracias a los trabajadores. Trabajadores explotados y mal pagados que asumen cargas de trabajo muy elevadas, especialmente en estos sectores temporales y estivales, en los que cualquier atisbo de conquista de alguna mejora se hace una batalla mucho más difícil por la temporalidad de los contratos y la brevedad de las campañas. El látigo se deja entrever rápidamente, porque los empresarios no están para ritmos lentos ni para andar negociando condiciones y los trabajadores, cada vez mas chantajeados con engrosas las largas listas del paro, tienden a conformarse con lo que se les ofrece, a veces bajo el pretexto de que “es algo temporal”. Lo cierto, es que de temporada en temporada y con trabajadores distintos cada vez, el empresariado turístico se beneficia de las situaciones personales y de las circunstancias de cada ocasión para favorecer una mayor precarización y empeorar cada vez más las condiciones laborales. Es mucho más complicado iniciar conflictos y luchas en entornos de trabajo en los cuales no sabes cuánto tiempo vas a durar o en los que no sabes si tus compañeros van a cambiar de un día para otro. O si después de que termine esa campaña de verano o navidad, volverás al mismo puesto año tras año. Es mucho más complicado arraigarse y crear espacios de confianza y lucha entre compañeros. No obstante, no es imposible.
En lo que a la parte más específica de la gentrificación se refiere, lo que se pretende es sustituir un tipo de población por otra. No solo significa que la gente que vivía anteriormente se tiene que desplazar a lugares cada vez más alejados (porque estos procesos también están produciéndose en zonas distintas al centro de la ciudad, como hablábamos en otras ocasiones en un artículo de este periódico, siendo el caso de Carabanchel, Tetuán y Vallecas tres ejemplos claros de barrios obreros en procesos de gentrificación, más lentamente, pero con un objetivo claro a medio y largo plazo). También significa que se pretende intercambiar un tipo de población y uso por otro: el de los habitantes permanentes, el de la vida en los barrios, el de la gente “residente” que vive y hace uso de las casas en ese sentido, por el uso esporádico, fluido, cambiante. Un uso de consumo, de tiendas y centros comerciales. Un uso por y par el capitalismo, que es totalmente incompatible con la cotidianidad de las personas que pretenden vivir ahí, ya sea por no poder pagar los alquileres e hipotecas, por el ruido y las molestias que suponen la cada vez mayor oferta hostelera y el peor tipo de turismo posible (fiestas y desfase), por la masificación que supone el mero hecho de bajar a dar un paseo o por el aumento de los precios en las tiendas de alimentos y de las cosas más básicas. Todo esto, lo acaban pagando quienes viven ahí, hasta que por un lado los contratos de los alquileres son rescindidos unilateralmente por los caseros o por otro, en la renovación del contrato, se produce un considerable aumento de la mensualidad que obliga a los inquilinos a abandonar el piso. Y no precisamente para marcharse a otro del mismo barrio, si no para irse a otro lugar donde poder, más o menos o con menor dificultad, asumir el coste de una cuestión tan básica como es la vivienda. Ahí es cuando se produce este intercambio del tipo de población.
Este fenómeno se reproduce también en barrios periféricos y tiende a expandirse cada vez más. Madrid es objeto y objetivo de distintos planes estatales e internacionales de turismo y las políticas y la economía van dirigidas en este sentido. La cuestión es, ¿a dónde nos va a llevar todo este proceso en los próximos años? ¿dónde vamos a vivir si, ni siquiera en barrios como Carabanchel, se puede asumir el coste de un alquiler sin pasar grandes apuros (y si, además, la okupación está viviendo una oleada de represión en los últimos tiempos que obliga a las familias a abandonar las casas a golpe de porrazo o a través de mercenarios como la empresa “Desokupa”)?
Cómo salir de esto
Estos procesos gentrificadores y turistificadores, parecen haber venido para quedarse. Nos están complicando la existencia y nos mantienen bien entretenidos en desmontar y rebatir estas cuestiones que, si bien son necesarias e importantes de visibilizar, forman parte de un todo, de algo mucho más grande llamado capitalismo. Estas cuestiones no pueden si no, hacernos abarcar mucho más en las críticas y luchas que enfrentamos en contra del sistema para salir así de una parcialización o de una reducción de un problema concreto que deviene de otro mucho más grande. Y es que, con gentrificación o sin ella, o con turistas en masa o sin ellos, nuestras vidas seguirían estando pendiente de lo mismo: de los ritmos capitalistas, de la mercantilización de nuestra vida, de una exagerada carestía de la vida en los últimos tiempos que no sólo está centrada en estos procesos urbanísticos con afán económico, sino que obedecen a otros proyectos y transformaciones de la sociedad en pro del control social (o más bien del autocontrol social). Forman parte de un proceso de reeducación de las personas, de formas de relacionarnos y de hábitos diarios encaminados a dejar de ser individuos para ser mercancía. Además, hacemos especial hincapié en el hecho de que los procesos de gentrificación de los barrios, van de la mano de la existencia de una propiedad privada exacerbada, que defiende hasta la parcela de propiedad más ínfima y sinsentido de las cosas, que aísla, enfrenta y hace que incluso la clase trabajadora se pueda convertir en un momento dado en poseedores y dueños materiales. El capitalismo les ofrece ser propietarios y privatizar sus cuatro cosas para revalorizarlas y revendérselas a sus compañeros de barrio o curro. Así funciona esto, así es el capitalismo y así estos conceptos y procesos se integran en la sociedad.
A pesar de lo negro que parece estar todo, desde nuestra perspectiva crítica y activa, no podemos sino llamar a la lucha y a la acción directa en contra de todo esto. No vemos otra forma de abordar estos problemas si no es desde la acción, desde el pensar colectivo y desde la puesta en práctica. No pretendemos sólo analizar las situaciones que nos perjudican, sino, proponer o alentar formas de combatirlo para salir del círculo vicioso que supone el quejarse sin más como un objetivo en sí mismo.
Distintas asambleas vecinales, algunas de ellas llevadas a cabo por anarquistas (especialmente en otras ciudades), están priorizando este asunto dentro de sus entornos de lucha por ser algo que afecta directamente a la vida de las personas que viven y/o trabajan en los barrios. Con planteamientos de horizontalidad y enmarcándolo dentro de un “todo” mas grande, se puede ahondar mucho más en la raíz de estas cuestiones. Para, como hemos dicho antes, no parcializar estas luchas y englobarlas en algo mucho mas amplio y también para que los ritmos del capital y sus procesos, no nos hagan ir constantemente a remolque ni nos marquen las agendas.
Sabemos que es un camino difícil y que estamos peleando contra un gigante, pero sabemos que existen y existirán siempre ejemplos de resistencia a los que poder acogernos. Solo hay que hacer que ocurran.