Desde que empezamos a escuchar hablar de Capitalismo Verde hasta hoy, la situación política, económica y social ha cambiado considerablemente. Lo que desde luego sigue siendo lo mismo, es el objetivo del sistema capitalista: la acumulación de capital y la obtención de beneficios.
El desastre capitalista
Muchos dirían que estamos en una fase de capitalismo terminal, en la que se hace evidente la incapacidad de ofrecer soluciones eficientes a los problemas de la gente que habitan bajo su techo: paro, explotación, precariedad laboral, represión, nocividad…
Con la sucesión continua de una crisis tras otra, la situación de emergencia diaria que nos obliga a vivir la gestión capitalista que se hace del mundo, es cada vez más acuciante. Y es que, a medida que pasan los años, el capitalismo absorbe y se introduce en cada vez más esferas de la vida, haciéndose con un monopolio cada vez mayor de la gestión de los recursos y de las relaciones que se dan en el planeta.
El tiempo ha demostrado que la crisis es inherente al capitalismo, y a cada crisis le sigue una reestructuración de las relaciones sociales en las que se apoyaba el sistema capitalista para funcionar con normalidad. Cada fase sepulta a la anterior, y todos los caminos que dictaminan para resolver los problemas en los que el propio capital nos ha metido, nos sepultan a nosotros. Y aún hoy, los cuestionamientos mayoritarios al capitalismo no se hacen sobre sus fundamentos, sino que apuntan a una “mala gestión” de los recursos.
Estas críticas alarman sobre el descenso del nivel de vida, el aumento del paro, la pérdida de los derechos conquistados (materializados en servicios públicos), la corrupción de los partidos y banqueros, y un largo etcétera que podemos simplemente saliendo a la calle. Negando las consecuencias o criticando sus manifestaciones, se da pie a mantener la fe en el capital. Se plantea la posibilidad de gestionar el capital y su sociedad de otra manera.
Y ya hace algún tiempo que se empiezan a señalar las nuevas vías que debe tener el capitalismo para salvarnos nuevamente de los problemas que ha producido.
La situación de la que se parte es delicada: ciudades super pobladas, acumulación de residuos, aumento de la contaminación, despoblación del campo, calentamiento global. Todos los síntomas que nos aquejan hoy se incubaban desde hace tiempo, durante toda la segunda mitad del siglo XX en la que el capitalismo productor de mercancías iba extendiéndose y creciendo a un ritmo vertiginoso, arrasando con el medio que pisaba, apoderándose de todos los recursos, apropiándose de todos los servicios, en definitiva: adueñándose del planeta para convertirlo todo en dinero (o más propio del capitalismo tardío, en bonos de deuda, divisas, acciones…)
Pero ¿a dónde nos lleva esta versión cortoplacista del capitalismo cuyo único fin era devorar todo lo devorable?
Ante la situación de crisis generada, los estados y los mercados comienzan desde hace años a plantear una “utilización racional del territorio y de los recursos”. Y es que, la marcha acelerada que ha llevado el capitalismo durante todos estos años supone hoy una escasez de energía que le impedirá continuar con su actual ritmo, frenando la obtención de beneficios.
Se empieza a hablar, pues, de capitalismos verdes, economías verdes, desarrollo sostenible. Y así entramos en la nueva era del capitalismo con apellidos.
¿Qué es el capitalismo verde?
El “Capitalismo Verde” es una nueva área de negocios en la que la mercancía es la naturaleza. La naturaleza y todos sus bienes son ahora un nuevo y necesario mercado, que permitirá al sistema salir de la crisis económico-financiera que ha creado. ¿Pero cuáles son sus antecedentes?
Aunque se ha hablado de los problemas ambientales causados por la industrialización del mundo durante gran parte de la segunda mitad del siglo XX, a finales de éste se da cita uno de los momentos más significativos en el desarrollo del capitalismo verde, que marcaría una línea al discurso en cuanto a los problemas ambientales se refiere. La cumbre Rio20 (también conocida como Cumbre de la Tierra) de 1992, que se realizó en Río de Janeiro, Brasil: la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Medio Ambiente y desarrollo. En esta cumbre, entre otras cosas, surge una amalgama de asociaciones, tratados y comités encargados en gestionar el devenir del planeta: el Convenio de las Naciones Unidas sobre Diversidad Biológica (CDB), la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre Cambio Climático (CMNUCC) y la Convención de las Naciones Unidas para la Lucha contra la Desertificación (CNULD).
Veintisiete años después, tras un sinfín de reuniones, conferencias y encuentros de todo tipo, con todos los grupos y comités creados para paliar los efectos que las crisis generan en la tierra la realidad es que el único resultado ha sido la disminución de la biodiversidad, el aceleramiento de los desequilibrios climáticos, los procesos de desertificación y la reducción de las áreas de bosques y de humedales.
La Naturaleza como mercancía
Lo que sí ha surgido tras estas cumbres ha sido la creación de instrumentos económicos de mercado que tratarán de evitar el desastre e indicarnos el camino para seguir creciendo económicamente y calculando los posibles daños que podría aguantar la Tierra y los que la habitan. Un proceso de mercantilización de la naturaleza que es funcional a los intereses de los responsables centrales de la crisis ambiental: las grandes empresas y los estados.
El uso de la naturaleza con fines económicos no es nuevo, el sistema extractivista de producción capitalista vive de esto, pero esta nueva visión del capitalismo verde da un paso más allá transformando la naturaleza misma en una fuente de rentabilidad, privatizando y mercantilizando el medio.
Este proceso por el que se convierte a la naturaleza en proveedora de servicios, en los que además de utilizarse para explotar el medio, abre nuevos mercados que permiten sacar rentabilidad de este nuevo escenario, de los que participan actores tan significativos como el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional, gobiernos, empresas energéticas, etc.
En 2010, por ejemplo, el Banco Mundial promueve la iniciativa WAVES, que nace según sus palabras como “una alianza global liderada por el Banco Mundial que busca promover el desarrollo sostenible mediante la integración de los recursos naturales y su valuación económica a la planificación de políticas de desarrollo y a la economía nacional.”
Tras una de las cumbres del G8 en 2007, nació el estudio de La Economía de los Ecosistemas y la Biodiversidad o “TEEB”, que “trata de hacer visible los beneficios económicos de la biodiversidad y los costos de la pérdida de biodiversidad.” Dicho con otras palabras, identificar y cuantificar estos beneficios y mitigar las pérdidas. Es significativo que la comisión encargada de coordinar el estudio del TEEB fuera otorgada al Deutsche Bank.
En definitiva, por la vía que sea, el capitalismo y el neoliberalismo se han identificado siempre por conseguir la privatización y la mercantilización de los bienes públicos, incluyendo los bienes comunes de la naturaleza. Política que ahora se está llevando a cabo en todo el mundo. Gracias a factores como la ciencia, motor de crecimiento para la expansión del capital y punta de lanza de todas las mejoras productivas en cualquier ámbito del sistema capitalista; e incluso el ecologismo, cuya principal función ha sido la de apuntar los síntomas derivados del desastre ecológico perpetrado durante tantos años y nunca sus causas. Ofreciendo, además, propuestas que responden únicamente a criterios técnicos y económicos que sólo benefician a determinadas fuerzas políticas y financieras, y que acaban perpetuando la explotación y la industrialización de nuestros medios.
¿Hacía donde nos lleva esto?
Cada factor y cada agente cuentan para culminar la mercantilización y la privatización de la naturaleza, y todos se ponen a trabajar en la misma dirección para que la máquina no pare, y en última instancia, para favorecer la pérdida y la degradación de la naturaleza en beneficio de los de siempre. Privatización que en muchas ocasiones pasa por romper multitud de formas de vida tradicionales, expoliando los recursos de culturas indígenas o desposeyendo de toda posibilidad de autogestión a poblaciones enteras, impidiendo la capacidad de las comunidades a determinar libremente el manejo y la utilización de sus bienes comunes.
El capitalismo verde, aunque se vista con ropas más amables que el viejo capitalismo industrial, perpetúa y perfecciona la relación de explotación y opresión que viene desarrollando desde sus inicios. Si permitimos que la lógica del mercado dirija las relaciones de las personas y del medio que habitan, esto nos llevará irremediablemente al peor de los escenarios.
No podemos permitirnos soluciones dentro de los marcos establecidos por el propio sistema para recuperar nuestras vidas. Es imposible la vuelta atrás e inútil la exigencia de algún tipo de derecho proveniente por parte del Estado o del Capitalismo. Ni de la ciencia en forma de respuesta tecnológica o de gestión. Ni de la burocrática en forma de organización e implementación de mecanismos reguladores que permitan la sostenibilidad del desarrollo. Todo lo que venga del capitalismo, sea del color que sea, sólo ofrecerán respuestas paliativas a una sociedad enferma. Nada que sea fundado sobre la insistencia del reformismo nos librará de la explotación y de la precariedad.
Propiciar una cultura de la autogestión, encontrar otra manera de relacionarlos con la naturaleza y entre nosotros, una no cuantificable, a la larga, podría dotarnos de las herramientas necesarias para luchar contra el sistema que nos coloca en un mercado como sujetos consumidores y consumibles, que envenena todo lo que toca y nos conduce a la destrucción.